jueves, 30 de diciembre de 2010

"Entrevías Mon Amour"

Entramos al Circulo de Bellas Artes quinta planta, una sala realmente pequeña e incapaz de 
acoger a todos los allí congregados que se asfixian en la espera a causa de una calefacción 
demasiado alta. Nos encontramos con Justo Sotelo con camisa negra y pajarita roja 
presentando “Entrevías Mon Amour”, su cuarta novela como “tenaz cultivador de la 
narrativa junto con su condición de economista”, y arropado a derecha por Joaquín 
Leguina, expresidente de la Comunidad de Madrid, socialista y escritor; y a izquierdas por 
Fernando Rodríguez de la Fuente, director del ABC de las letras, profesor y experto en 
literatura contemporánea española. A una esquina de la mesa, el libro, expectante como un 
invitado más a su propia presentación.

En este ambiente se presenta al público un libro, que según palabras de los ponentes, se 
puede describir como “una mezcla de ficción y la experiencia contemporánea del 
último periodo de la historia de España”. Una presentación que en un primer momento 
parecía claramente comercial, al escuchar frases de Leguina como “Yo no estoy aquí como 
escritor, sino por que soy amigo de Sotelo y lo que quiero es que compréis el libro” u otras 
como “Cuando uno viene a la presentación de un libro viene a que lo compren” esta vez 
pronunciadas por Rodríguez de la Fuente; pero que rápidamente y dejando atrás la 
suspicacia del inicio se torna en pura literatura emocional, en recuerdo del pasado y de lo 
sufrido, en la memoria de lo vivido en las guerras, de “personajes femeninos más 
conseguidos que los masculinos” y de Vallecas y Entrevías “esos barrios cuando Madrid era 
una ciudad de barrios”. Siempre sin olvidar la presencia de “un realismo y una obsesión 
sexual, que más que sucio es un realismo corporal” según se describió. 

El libro nos introduce en una “historia generacional, nos enseña que somos una generación 
de bocadillo y tableta de chocolate” decía Rodríguez de la Fuente para continuar 
afirmando “es también una metáfora del navegar social en estos últimos treinta años y 
búsqueda arqueológica de la historia y de la memoria”. Toda la novela nos habla de 
cómo,tras volver de la guerra (ya sea la Civil española o la de Irak) las cosas continúan en 
el barrio, del encuentro con la gente y con los amores pasados, de cómo una arqueóloga 
busca los huesos de sus padres y los encuentra amparada en la Memoria Histórica. Y todo 
esto, como bien se encargó de recordar Leguina, con pinceladas y alusiones literarias a 
Levi-Strauss o a Arturo Barea; que en este caso, recuerda a las maravillosas descripciones 
que este hacía en su primera novela sobre las manos arrugadas de su madre a causa de las 
aguas del río “combinando así la emoción filial”.

Un emotismo que también se dejó ver a la hora de explicar el título, que no como 
equivocadamente dejó caer Rodríguez de la Fuente, se trata de un guiño a la “insufrible 
película Hiroshima Mon Amour”; sino que es una referencia a su madre nacida en Entrevías 
y a la cual escuchaba cientos de historias como niño atento, y a una amiga recientemente 
fallecida y también escritora que le recomendó la coletilla de “Mon Amour”.

Podemos afirmar, tras acudir a dicha presentación, que Sotelo es un escritor que sabe 
escoger tanto a sus compañías como a las palabras para describir una novela con mucho 
realismo del recuerdo, por que “la referencia de la memoria es el pasado, pero es que la 
narración siempre es pasado, incluso la que está por venir; la memoria es selectiva y para 
recordar primero hay que olvidar”.

Sin duda buenas palabras para describir su propia obra y despedir a sus invitados, no sin 
antes recordar que “la lectura, el leer, tiene un efecto moralizador para los miembros 
de la sociedad” “las páginas de un periódico son poemas con vida efímera y aunque dicen
que el futuro es el libro electrónico, yo creo que el placer de tener un libro de papel en las 
manos no lo puede reemplazar ninguna máquina”.

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