acoger a todos los allí congregados que se asfixian en la espera a causa de una calefacción
demasiado alta. Nos encontramos con Justo Sotelo con camisa negra y pajarita roja
presentando “Entrevías Mon Amour”, su cuarta novela como “tenaz cultivador de la
narrativa junto con su condición de economista”, y arropado a derecha por Joaquín
Leguina, expresidente de la Comunidad de Madrid, socialista y escritor; y a izquierdas por
Fernando Rodríguez de la Fuente, director del ABC de las letras, profesor y experto en
literatura contemporánea española. A una esquina de la mesa, el libro, expectante como un
invitado más a su propia presentación.
En este ambiente se presenta al público un libro, que según palabras de los ponentes, se
puede describir como “una mezcla de ficción y la experiencia contemporánea del
último periodo de la historia de España”. Una presentación que en un primer momento
parecía claramente comercial, al escuchar frases de Leguina como “Yo no estoy aquí como
escritor, sino por que soy amigo de Sotelo y lo que quiero es que compréis el libro” u otras
como “Cuando uno viene a la presentación de un libro viene a que lo compren” esta vez
pronunciadas por Rodríguez de la Fuente; pero que rápidamente y dejando atrás la
suspicacia del inicio se torna en pura literatura emocional, en recuerdo del pasado y de lo
sufrido, en la memoria de lo vivido en las guerras, de “personajes femeninos más
conseguidos que los masculinos” y de Vallecas y Entrevías “esos barrios cuando Madrid era
una ciudad de barrios”. Siempre sin olvidar la presencia de “un realismo y una obsesión
sexual, que más que sucio es un realismo corporal” según se describió.
El libro nos introduce en una “historia generacional, nos enseña que somos una generación
de bocadillo y tableta de chocolate” decía Rodríguez de la Fuente para continuar
afirmando “es también una metáfora del navegar social en estos últimos treinta años y
búsqueda arqueológica de la historia y de la memoria”. Toda la novela nos habla de
cómo,tras volver de la guerra (ya sea la Civil española o la de Irak) las cosas continúan en
el barrio, del encuentro con la gente y con los amores pasados, de cómo una arqueóloga
busca los huesos de sus padres y los encuentra amparada en la Memoria Histórica. Y todo
esto, como bien se encargó de recordar Leguina, con pinceladas y alusiones literarias a
Levi-Strauss o a Arturo Barea; que en este caso, recuerda a las maravillosas descripciones
que este hacía en su primera novela sobre las manos arrugadas de su madre a causa de las
aguas del río “combinando así la emoción filial”.
Un emotismo que también se dejó ver a la hora de explicar el título, que no como
equivocadamente dejó caer Rodríguez de la Fuente, se trata de un guiño a la “insufrible
película Hiroshima Mon Amour”; sino que es una referencia a su madre nacida en Entrevías
y a la cual escuchaba cientos de historias como niño atento, y a una amiga recientemente
fallecida y también escritora que le recomendó la coletilla de “Mon Amour”.
Podemos afirmar, tras acudir a dicha presentación, que Sotelo es un escritor que sabe
escoger tanto a sus compañías como a las palabras para describir una novela con mucho
realismo del recuerdo, por que “la referencia de la memoria es el pasado, pero es que la
narración siempre es pasado, incluso la que está por venir; la memoria es selectiva y para
recordar primero hay que olvidar”.
Sin duda buenas palabras para describir su propia obra y despedir a sus invitados, no sin
antes recordar que “la lectura, el leer, tiene un efecto moralizador para los miembros
de la sociedad” “las páginas de un periódico son poemas con vida efímera y aunque dicen
que el futuro es el libro electrónico, yo creo que el placer de tener un libro de papel en las
manos no lo puede reemplazar ninguna máquina”.
Texto en Cine y Literatura.
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